viernes, 17 de noviembre de 2017

No eran humanos, no eran animales, los animales jamás harían algo semejante, ellos eran monstruos, depredadores sexuales

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El abogado de La Manada ha presentado un informe que pretende probar que la víctima no sufrió ningún trauma porque durante este tiempo ha salido de fiesta y ha tenido una "vida normal".

 ¿Cuánto tiempo más tenemos que soportar todo esto?

Nosotras sí somos manada.




No eran humanos, no eran animales, los animales jamás harían algo semejante, ellos eran monstruos, depredadores sexuales capaces de todo para satisfacer su lujuria. 


Ella salía de fiesta, a divertirse, ellos salían de caza, a destrozar vidas ajenas, y sus caminos se encontraron para no separarse jamás, porque la huella de una violación permanece, es una cuchilla que desgarra el alma día a día, mes a mes, año a año, nunca se borra.


Y no lo hace porque en una sociedad tan machista como la nuestra se protege más al violador que a la violada.


Sembrar la duda es la táctica que siempre utiliza el machismo, pero para que funcione, para que cale, hace falta una sociedad receptiva y la nuestra lo es.



La engañaron, la metieron en un portal por la fuerza, la rodearon, la desnudaron, taparon su boca para que no chillara, la penetraron oral, vaginal y analmente entre los cinco, grabaron la violación con el propósito de difundirla, le robaron el móvil para que no pudiera pedir auxilio de manera inmediata y se fueron a seguir cazando, pero no es suficiente.


 No es suficiente porque en esta España medieval es la doncella la que debe demostrar su honra.



Y este contexto es el que aprovechan los violadores para poner el foco sobre la víctima, porque ellos "no tenían necesidad", "ellos eran gente guapa que tenía mucho éxito con las chicas", porque ya sabemos que son las mujeres las que incitan, las que provocan, las que sacian su lujuria, las que se excitan cuando son violadas.


Por eso el juez no admite como prueba los mensajes de whatsapp de la manada y, en cambio, si admite el informe de un detective, contratado por uno de los violadores, que intenta desacreditar a la víctima indagando en sus redes sociales, rebuscando en su vida privada.


 Pero el informe no contará que para ella ya no hay vuelta atrás, no contará lo que significa sentirse vejada, no hablará de sus pesadillas, ni de su angustia, ni de su miedo, ni de su silencio. Eso no importa.


Ahora la juzgada es ella, pero eso no importa.



Y no es solo ella, son muchas más las que han tenido que pasar por la vergüenza de verse señaladas, por la impotencia de tener que ver a una parte de la sociedad defendiendo a los violadores. Una sociedad que, basta con ir de compras o poner la TV, ha convertido a las mujeres en seres creados para el uso y el disfrute de cualquier monstruo que pase a su lado. Una sociedad que le ríe las gracias al Sostres, al Motos o al Bertín de turno. Una sociedad que legitima y encubre a los violadores.



No podemos seguir así, no podemos mirar hacia otro lado, tenemos que hacerles frente con los recursos que tengamos a mano.


 Tenemos que señalarlos, ellos saben lo que han hecho y piden privacidad, piden que no se difunda su imagen para, cuando la justicia lo permita, que visto lo visto puede ser en cualquier momento, poder seguir con sus vidas como si no hubieran roto la de una chica de 18 años, como si nada hubiera pasado.


Y no, no lo vamos a permitir.



Muchas veces compartimos cadenas contra el cáncer sabiendo que es un gesto estéril, espero que esta vez hagamos una cadena con la imagen de estos monstruos, porque este es otro cáncer que hay que exterminar y difundir sus caras va a ayudar a hacerlo.



Texto de Pablo Álvarez Fernández



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